Me Llevan a Recorrer el País

Por Alba Malaver

Lo traje en una maleta. Le dije a mi hermana, empaquémoslo; me lo llevo. Entregué el equipaje en el aeropuerto en Pereira y cuando llegué a Bogotá, me llamaron por altavoz. Iba temblorosa. En medio de la maleta tenía las cenizas, ahí envuelticas. Seguía temblando. Pensé entre mí, me las van a agarrar. Me estaba esperando un policía, con un perro al lado. Dije, ay juemadre, aquí me fregaron. Empezó a esculcar mis pertenencias. Traía unos líquidos que usaba para desmanchar. El policía sacó los dos frascos y yo enjuagada en sudor. Ay Dios mío, me las van a encontrar. El hombre los agarró, destapó uno y echó un chorrito en una cosita con agua, no sé qué era, y gracias a Dios quedó blanco. Ellos habían pensado que era alguna cosa mala, y me los volvieron a entregar. El mismo policía metió nuevamente los frascos en la maleta. Y yo rezando, Diosito santo, las cenizas no me las vio. Empacó todo, la selló y me vine.

Cuando llegamos aquí a Los Ángeles, al pasar por la aduana, empezaron a esculcarme, y otra vez… Santo Dios, hermanito lindo que no me vaya a pasar nada. Con voz fuerte, me dice el agente, señora usted qué trae ahí, traigo algo que duele mucho a mi corazón, es algo muy íntimo mío, le contesté. Me miró a los ojos, abrió la maleta, empezó a revisar y a tocar. La cajita era gruesa, y yo decía, Virgen Santísima del Carmen, que no me las vayan a pillar.

Me dio miedo. Las tenía envueltas en papel celofán. El agente hizo cara de sorprendido al abrirla. ¿Ah?, me dice, señora, ¿qué es esto?, son unos líquidos que traigo. Cuido a personas de la tercera edad y esos líquidos los uso para desinfectar la ropa de las camas. Preguntó si los podía abrir, le dije no hay ningún problema, con tal de que no me viera el cofrecito en la mitad, porque lo traía en toda la mitad, con toda la ropa envuelto. Sacó los líquidos, hizo lo mismo que hicieron en Colombia y los tapó. Cuando regresó y me los echó en la maleta, dije, ¡ay Dios mío me las dejaron pasar!

Las tuve aquí seis meses. Lo llevé a pasear. Lo llevé a Nueva York. Lo llevé a Washington. Lo lleve a la playa. Lo llevé a Santa Mónica, a Redondo Beach, al paseo de las estrellas, a Beverly Hills, al centro de Los Ángeles. Andaba con la maletica en el hombro por todos lados con él para que se despidiera. Le iba relatando por dónde íbamos. Cuando él había estado aquí con nosotros lo había llevado a pasear por toda la ciudad. Sí, porque dicen que hay que cumplirle al muerto cuando uno en vida le promete algo. Hay que cumplírselo, porque el alma queda penando.

Mi hermano murió en Miami y se lo llevaron para Colombia. Había vivido 15 años en esa ciudad. Con mi tristeza lo acompañé a su funeral. Después lo traje conmigo, porque él decía: “el día que yo me muera me llevan a recorrer el país”. Él quería mucho a Estados Unidos, y yo fui, paseé y me lo traje en la maleta.

Le di la vuelta y después se lo mandé a mi hermana. Lo empaqué en una caja grande, la envolví, eché ropa, regalos y puse sus cenizas en medio. Llegaron a Pereira sanas y salvas. Sin ningún problema. Las envié por correo, por Servientrega. Ahora reposan en la catedral, donde tenemos el osario de mis padres. Allá están los viejitos y allá queremos estar toda la familia.

21 de Noviembre, 2020