Cómo anestesiar el dolor

Por Alba Malaver

Para comprender el siguiente cuento, debo advertirles ciertas cosas que usualmente hacemos y pensamos los colombianos, y a lo mejor podamos ver de manera clara quienes vivimos en otro país.

 

Empiezo contándoles, no solemos ser dadivosos con quienes tienen dinero. Quizá creemos que quien posee mucho no necesita nada, o, de pronto, simplemente nos gusta ahorrar. Tampoco nos gusta salir solos. Necesitamos compañía hasta para ir a un velorio. Y aunque por más de siete décadas hemos padecido el flagelo de la violencia, nuestro sentido del humor es profundo, tal vez encontramos la manera de anestesiar el dolor. Ustedes juzgarán a partir de la siguiente historia:

 

A una paisana se le murió el esposo. Dos años después se le murió el cuñado y me pidió el favor de que la acompañara a las honras fúnebres.

 

Mi amiga sabía que el muerto era un hombre millonario. Cuando llegamos a la funeraria vimos ramos de rosas gigantes por todo lado e inmensas coronas de flores. Ella llegó con una pequeña matica, “para ahorrar”.

 

Al entrar y vernos con esa planta en la mano, quisimos salir corriendo de vergüenza. Apenada me preguntó rápidamente: ¿dónde la pongo?, ¿dónde la boto?  Le dije, ¡pásemela! Yo misma fui y con sigilo la puse debajo del cajón. Era muy bonita pero muy pequeña. No vio dónde la ubiqué porque en ese momento ella se asomó a ver al muerto; él había sido muy bueno con ella y con sus hijos cuando quedó viuda. Ella verdaderamente estaba triste.

 

Vio al finado y me volteó a mirar; yo estaba junto a ella, de pie, al lado del féretro. Me preguntó: ¿dónde pusiste la mata? Le murmuré: mira hacia abajo. Al ver esa imagen empezó a reírse casi encima del muerto. La escena fue tan cómica… nos tapamos la cara con ambas manos para ocultar la risa. Quienes la conocían y estaban cerca sabían, ella se había afligido al recordarlo.

 

Se oyeron voces de consuelo: “pobrecita, agárrenla”. La tomaron suavemente por el codo para acomodarla. Apenas si se le veía los bordes de la cara roja. La gente pensó: “está llorando”. La familia recordaba, cuando el esposo falleció ella estuvo a punto de morir de tristeza, por lo cual también ese día pensaron que el trance nostálgico había regresado.

 

De repente, llegó una señora con alcohol, otra con hielo, sin percatarse  de que ella moría pero de risa. Una viejita también se acercó y le dijo en inglés: “let it go, let it go — déjalo ir—  suplicándole y agitando ambas manos. No subí mi cabeza ni un momento. Tuve que irme sobre su costado para evadir las miradas. Cuando mi amiga y yo escuchamos esas palabras el nivel del ataque se incrementó, tanto así que  nos alcanzaron más pañuelos para secarnos las lágrimas.

14 de Agosto, 2020