La petaca
Por Alba Malaver
Cuando don Carmelo se halló perdido se propuso que nadie podría salvarlo. El páramo que durante toda su vida había sido su aliado sería su refugio para siempre. Muy temprano, aquella mañana, escuchó algunos gritos que poco a poco se acercaban. No encontró otra salida que treparse al árbol bajo el cual había pasado la noche casi en vela. Tantas lucubraciones turbaban su mente. Con su mano derecha tiró hacia el hombro izquierdo la punta de la ruana; era preciso liberar sus manos para poder subir ágilmente. Un frío intenso penetró su cuerpo. Cuidó de su sombrero. Se encaramó tan rápido que el peso de sí mismo al cabo de tres días de aguantar hambre se convirtió en una bendición; se sintió más liviano. Esa vegetación era su hogar, no su humilde casa llena de amargura y resentimiento. Su mujer bien se lo había expresado, mi vida junto a usted no ha sido más que miserable.
Vio pasar bajo él a uno de los miembros de la Defensa civil. No pudo reconocer al paisano. Desde arriba y entre el follaje solo divisó la gorra y el uniforme color naranja con blanco que desesperadamente pronunciaba su nombre: Don Carmeeeeeeeeloooooooooo. Conteste por favooooor. Su familia lo espeeeeeeeera. Todos lo conocían. Fue él quien cuidó las fincas, las herencias y el ganado de tantos y tan pudientes señores.
El pueblo estaba abrumado. Acudían en fila a socorrer a la esposa. Todos con la misma pregunta. ¿Qué le dijo el día que sumercé lo vio por última vez? Y ella con la misma respuesta que ya se había convertido en retahíla. Salió de madrugada, como de costumbre. Vi que agarró un lazo, se lo echó en el hombro y se fue camino arriba. No llevó ni un costal, ni una arepa.
Tres meses de búsqueda. Tres meses en que palmo a palmo recorrieron la hermosa Petaca, la cima de la montaña que toca el cielo. Tres meses pasaron hasta que el olfato de los perros pudo encontrarlo. Ahí, sentado bajo el mismo árbol. Quieto, impávido, sin vida.
5 de Diciembre, 2020
*Cerro y Laguna La Petaca. Manta, Cundinamarca, Colombia